
¿REPETIR O REPARAR TU HISTORIA?
La cuestión será… cómo tratar la violencia del trauma para que la trama de la vida no se vea dominada por la crueldad en cualquiera de sus formas: la agresividad, la venganza, el odio, el resentimiento.
Francisco Pereña

La educación y la crianza representan enormes retos para los padres. El hacerse cargo de un hijo y entregarse a él para educarlo, deja huellas profundas, tanto en los hijos como en los padres. Quedan huellas de profundo amor, pero también pueden quedar huellas de profundos traumas, con tendencia a repetirse de generación en generación. En este articulo revisaremos la forma en que se transmite el trauma generacionalmente.
Cuando el escenario de la crianza no va muy bien o no es
como se esperaba, es probable que el estrés en los padres
este elevado. A esto se le suma el estrés de las propias
situaciones complejas de la vida y muchas veces también se
suma el eco de un trauma de los padres. En estos casos de
estrés alto, las satisfacciones de la crianza se reducen y los
cuidadores a menudo se sienten confundidos, cansados,
frustrados, heridos, fatigados o desilusionados, a veces
temporalmente y otras permanentemente.
El apego emocional está siempre en juego y es lo que
definirá la dirección de la relación entre padres e hijos. Es
decir, un apego sano hará que la relación sea cercana, que
el estrés disminuya y que la crianza vaya por buen camino.
Y un apego enfermo aumentara el estrés, la insatisfacción y
la crianza será más difícil.

Hay que subrayar que el apego no es la dependencia, el apego es una relación afectiva fuerte, viva y duradera entre dos personas, cuyo motor es la búsqueda y mantenimiento de proximidad en momentos de “amenaza” o de fragilidad emocional.
Para conseguir este apego seguro se debe tratar de tener
una buena comunicación con empatía y asertividad,
incrementar los momentos agradables y la alegría en el
hogar, ser consistentes y amables, dar tiempo de calidad,
tener contacto emocional, estar “ahí” cuando nos necesitan
y así poder transmitir, sobre todo, la sensación de que entre
los miembros de la familia “se está a salvo” y que pueden
contar “los unos con los otros”.
Es fundamental tener en cuenta que, dependiendo de las
respuestas y reacciones ante las situaciones de “amenaza”
o de aumento del estrés, se ira reforzando, o no, la
confianza. Las respuestas razonadas, tranquilas y
contenidas ante el estrés generan confianza y apego sano
mientras que las respuestas impredecibles, desmesuradas y
explosivas generan desconfianza.
Sucede a menudo que el trauma propio del adulto, cuando
no es superado, daña la confianza y avanza hacia alguna
forma de violencia, ya sea hacia si mismo o hacia los
demás, de manera sutil o directa, consciente o inconsciente,
lo cual envuelve a la familia en un ambiente hostil en donde
las emociones se bloquean o se trastornan y la autoestima
en los miembros de la familia se disminuye.
Aun los padres que no tuvieron lo que podría considerarse
traumas severos, como abuso físico o sexual, pueden verse
afectados por otras experiencias traumáticas comunes como
pueden ser el criticismo, algún rechazo constante o la
desconexión emocional, periodos largos de desconexión
con las figuras de apoyo, etc.
Un ejemplo de esto es cuando los padres no tuvieron
cercanía con sus propios padres quienes fueron más bien
fríos y no les mostraron cariño. Estos padres por lo regular
tienen dificultades para ser afectuosos con sus propios hijos.
Aunque en el mejor de los casos, también puede ocurrir
que, en un intento de reparar las huellas de los traumas de
la infancia, este padre o esta madre se vuelva
extremadamente cariñosa con ellos.
En el caso de la repetición de lo traumático es interesante
ver que se ponen en juego los mecanismos de la proyección
de las propias vivencias en los nuevos escenarios de
crianza con los hijos. Me gustaría mostrar aquí tres ejemplos
muy claros de como los padres pueden perpetuar la
repetición de lo traumático a través de sus propias
percepciones:
CASO 1. Ana fue físicamente maltratada cuando era niña.
Sufrió golpes, insultos, gritos por parte de ambos genitores.
De adulta, adopta a un niño, Cesar, quien se encuentra
emocionalmente muy dañado por su propia historia de vida.
En los momentos más difíciles, cuando Cesar tiene crisis y
presenta conductas agresivas, tirándose al suelo y gritando
con total pérdida de control, Ana, nerviosa y afectada le dice
a su esposo: “Mira cómo me grita, este niño me odia, nunca
me hace caso, me maltrata”. Ana se coloca otra vez el lugar
de maltratada, reviviendo su propio trauma, lo cual a su vez
pone a Cesar en una situación de vulnerabilidad y de
abandono (nuevamente), pues Ana no puede hacerse cargo
de él emocionalmente cuando ella se siente devastada.
CASO 2. Juan tuvo un padre abusivo y autoritario que lo
castigaba con severidad, solía decirle: “Vas a hacer lo que
yo te diga sin quejarte, si te quejas me estarás faltando al
respeto”. Juan tiene ahora un hijo adolescente que presenta
actitudes retadoras y oposicionistas, normales para su edad.
Juan le dice a su terapeuta: “Mi hijo me falta al respeto
intencionalmente, actúa como si nada le importara y no
aprecia lo que hago por él”. Juan siente que su hijo, al igual
que su padre, le imponen autoridad y lo pisotean. Juan no
puede ver el proceso adolescente por el que su hijo está
pasando, lo cual le impide relacionarse verdaderamente con
él y tomar las riendas. Juan está impedido por el
resentimiento de haber vivido bajo severo autoritarismo de
su padre.
CASO 3. Marcela fue constantemente abusada sexualmente
cuando era niña por su tío paterno. Recientemente junto con
su esposo ha decidido adoptar a un niño, con algunos
problemas emocionales. Su nombre es Luis y es un niño
demasiado afectuoso físicamente, demanda cercanía y no
tiene sentido del límite del cuerpo, “se repliega” al cuerpo de
los adultos y se masturba, todo esto por respuesta ante un
abandono profundo y los cambios de sus diferentes padres
adoptivos. El niño se sube a ella, trata de replegarse en su
pecho. Marcela habla con la trabajadora social para pedir
“devolver” a Luis, y su argumento es que Luis tiene todo el
perfil de violador y no se siente segura con él. A Marcela se
le ha reactivado su propio trauma y es incapaz de separar
los problemas de su pasado de los problemas propios de
este niño.
Educar repitiendo el trauma, tiene su propia lógica. La
persona vuelve a lo conocido, regresa a las marcas
profundas del dolor. La hostilidad, las reacciones explosivas,
la irritabilidad, la forma de percibir las cosas, la
comunicación incorrecta, la inconsistencia, entre otros, son
el resultado de estas “proyecciones” de los padres y ponen
las condiciones para que se repita el trauma en un ciclo.
Los hijos, por otro lado, al no ser ayudados a regular sus
propias emociones, cuando los padres proyectan
demasiado, terminan presentando una serie de conductas
disruptivas e inadecuadas que “confirman” los sentimientos
de desvalorización de los padres, quienes piensan que
nunca han valido nada, y que sus hijos solo son la
continuación de un sufrimiento que ha estado ahí desde que
tienen memoria.
En estos casos, suele aparecer una distancia emocional con
la que, padres e hijos pueden sentirse de alguna manera
“cómodos” pues el acercamiento se percibe como
“peligroso”. En la adolescencia, esta distancia se puede
acentuar. La decepción y el resentimiento hacia sus padres
pueden convertirse en una forma de vivir.
Los padres, por su parte, también pueden decepcionarse de
sus hijos sobre todo si perciben un debilitamiento en su
motivación o en sus cualidades físicas o intelectuales. El
problema ocurre cuando estas decepciones hacia los hijos
se mantienen a lo largo de los años. Se fractura entonces la
relación de apego emocional, se instala la distancia, que se
toma como “normal”, se interpreta como “la independencia”
del adolescente. Sin embargo, habrá que distinguir si esta
distancia emocional del adolescente con sus padres es sana
o es pura desconexión emocional.
La transmisión generacional del trauma es mucho más
compleja de lo aquí descrito y es importante decir también
que el trauma, especialmente si es abordado
adecuadamente (pensado, repensado, procesado, trabajado
incluso desde el cuerpo físico, etc.) o si alguien nos ha
ayuda a metabolizarlo, puede tener un potencial valiosísimo
para dotarnos de aprendizaje, crecimiento y enriquecimiento
interior y de sus relaciones consigo mismo y con los demás.
El trauma nos da una gran oportunidad para repararlo y vivir
así una vida plena.
¿Reparar o repetir el trauma del pasado?, este es el
verdadero dilema de los padres.